lunes, 3 de julio de 2017

No me arrepiento hasta después...


 
 
"Es una estupidez, bajar en un impulso. (No es para tanto, me digo. Alguien tiene que hacerlo, después de todo. Las Puertas hay que cerrarlas desde dentro, no es algo negociable. Habría acabado por bajar tarde o temprano. Pero podrías haberte despedido antes, susurra otra voz, más insidiosa. Podría haber hecho las cosas bien.) Incluso mientras le estoy dando las órdenes a Jasón, soy perfectamente consciente de que es poco menos que un suicidio. La mirada que me dirige sólo hace por confirmarlo, por si acaso lo necesitara. Pero el egipcio no ha llegado a donde está por casualidad, siempre ha tenido un sexto sentido para adivinar cuando una orden es discutible, y esta no es una de ellas. Así que no protesta. Se limita a taladrarme con sus ojos de ave rapaz antes de sujetarme el hombro. Quizás habría funcionado en otro momento, pero esta vez ignoro tanto la mirada del espía como mi propio sentido común –cuyos gritos histéricos se parecen sospechosamente a los de Reyna cuando con trece años Sascha y yo decidimos que enfrentarnos a Caribdis nosotros dos solitos era una buena idea y tuvo que venir a sacarnos de sus fauces, literalmente–, estoy demasiado enfadado para atender a razones. Incluso a las razones silenciosas y a las mías propias. Siempre me he parecido a mi madre más de la cuenta.

No me arrepiento hasta después, mucho, mucho después. No lo hago cuando Jasón se va y me deja en mitad de una colina que parecería normal de no ser por la luz roja. No lo hago cuando el dolor me estalla en la parte trasera de la cabeza y todo se vuelve negro. No lo hago cuando abro los ojos y un hombre con un inquietante parecido a un halcón me comunica muy amablemente que la modalidad de hoy consiste en incapacitar al oponente causando los mínimos desperfectos posibles. No lo hago cuando me sueltan sin más en la Arena y descubro que estoy ciego ante una chica con más pinta de bestia parda que Sascha. No lo hago cuando a esa parodia absurda de combate le sigue otra, y otra, y otra, y otra. No lo hago cuando el espectáculo se vuelve menos inofensivo y más una lucha desesperada por ser mejor que el resto. No lo hago cuando los guardias se descuidan en un traslado y consigo huir del Coliseo, aunque tenga que hacerlo solo y cubierto de sangre. No lo hago cuando las arai me pillan en su bosque y me rodean. No lo hago cuando me juzgan, cuando me declaran culpable, cuando chillan y chillan y chillan. No lo hago cuando unos hombres –más tarde descubro que son Picas– aparecen y me apresan. No lo hago cuando me conducen hacia una fortaleza del color de la sangre –como la Luna, como la Arena del Coliseo, como mis propias manos– y me llevan ante una mujer con un vestido incluso más rojo. No lo hago ni siquiera cuando la mujer se pone en pie y se acerca, la larguísima cadena que le ata el tobillo tintineando a cada paso, ni cuando se agacha a mi lado y me examina como si fuera alguna clase de mercancía, ni cuando manda llamar a un tal Julian.

Cuando la mujer me sonríe y dice que no va a dolerme mucho, entonces lo hago. Me arrepiento de no haber hecho las paces con S antes de bajar, de no haberle dado un abrazo a Reyna ni haber tenido ese duelo pendiente con Sascha. Me arrepiento de haber dejado a Oc solo entre todas esas hormonas femeninas descontroladas  –y Tarquino–, de no haber llamado a Medea en vez de a su hermano –saben los dioses que ella no es la mitad de obediente o discreta que J–, de no haber encontrado una cura para Tarquino. Me arrepiento de haber roto la promesa que le hice a Olivia y haberla dejado sola, de no haber obligado a Rox a enseñarme a forjar el bronce celestial, de no haber ayudado al perrito faldero de Sascha con su obsesión. Me arrepiento de no haberle dado a S uno de esos besos de película en vez de dejar que se fuera de la lengua y pelearnos... Me arrepiento de no haber besado a S.

Cuando la aristócrata se corta la muñeca y deja caer su sangre en el caldero hirviendo, cuando Julian empieza a tatuarme un complicado diseño en el pecho con ella, cuando tengo que morderme mi propio hombro para no gritar mientras lo hace, me arrepiento más. Mucho más.

(Aunque ya no sé de qué exactamente.)"
 
 
Aquí os dejo el recuerdo de uno de los personajes de una historia escrita entre dos. Espero que os guste.

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